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Daños colaterales de la COVID-19: animales destinados al consumo

Actualidad Barcelona, mayo 5, 2020

Daños colaterales de la COVID-19: animales destinados al consumo
Para la industria estos animales se convertirán en un “estorbo”, ya que se valora su existencia solo en relación al beneficio económico que puedan generar.

Desde que comenzó la crisis del coronavirus, la afectación de la pandemia en el mundo que conocemos (o conocíamos) está siendo inmensa. Pero la realidad es que los “daños colaterales” de esta crisis global van más allá, mucho más, de lo que podríamos imaginarnos y varios recaen directamente sobre la vida de miles de animales.

En el ámbito de las especies explotadas para el consumo humano, cuando estalló la pandemia y para garantizar el abastecimiento de alimento a toda la población, se tomaron medidas para garantizar que los ganaderos pudieran atender sus puestos de trabajo, que los mataderos siguieran operativos y para agilizar los transportes en el ámbito nacional y evitar así episodios como los que tuvieron lugar en Europa –largas colas de camiones llenos de animales esperando para poder entrar en Rumanía, Polonia o Turquía– y un problema incluso mayor, es decir un colapso en las granjas que llevara a los animales a permanecer en condiciones de vida aún peores de las que ya tienen normalmente. 

Pero este problema volvió a presentarse más tarde, durante el confinamiento, ya que varios productos de origen animal están vinculados a la restauración y, con el cierre de bares, hoteles y restaurantes, estos se vieron de repente “fuera de mercado” junto a todos los animales explotados para su producción.

En el caso del vacuno, se ha producido una depreciación de esta carne debido al cierre de la restauración, ajustes tras la compra compulsiva de la primera semana del estado de alarma y la paralización de la salida de canales a Argelia, Libia y Arabia Saudí.

Una de las producciones más afectadas ha sido la del cochinillo –lechón de leche–, que se alimenta únicamente de leche materna, y justo cuando se desteta, entre las 3 y 7 semanas de edad, se envía directamente al matadero. Estos animales tenían que ser sacrificados ahora, a mediados de abril para coincidir con Semana Santa, es decir cuando el turismo nacional e internacional consume miles de kg de esta carne. Pero el estado de alarma, acompañado del cierre de hoteles y restaurantes, ha hecho que estos “productos” no tengan salida y que los ganaderos se planteen qué hacer con los animales si no pueden mantenerlos en las granjas, por falta de recursos, espacio y salida en el mercado.

Algo similar ocurre con el cordero y el cabrito lechales, que también se denominan así por su alimentación exclusiva de leche materna. El cordero se suele sacrificar a los 35 días y el cabrito normalmente entre los 25-30 días de vida más o menos, y en cualquier caso siempre antes de los 45 días. Son “productos” fuertemente ligados a los restaurantes y hoteles y de ahí la gran dependencia del turismo. Ahora que no tienen posibilidad de colocarse en el mercado y se convierten en un problema económico más que en un futuro beneficio, su destino pinta, tristemente similar al de los lechones.

¿Qué medidas contemplan los ganaderos para ellos? El llamado almacenamiento privado (congelación principalmente). El sector ya ha pedido ayuda al Ministerio (MAPA), que ha anunciado que prevé destinar 10 millones de euros para compensar a los ganaderos. España a su vez ha trasladado la petición a la CE, como otros muchos países, y además todos los ministros de Agricultura de la UE han aprobado un documento de ayuda al sector, en el que se recoge explícitamente la petición de un almacenamiento para los cuerpos de estos animales.

En cuanto al sector avícola, hay que hacer referencia sobre todo a los pollos (broilers). La producción total se cifra en torno a los 46 millones de pollos/mes, más de 550 millones de animales al año, de los que un 25% se derivan al canal Horeca.

Al comienzo de la crisis, durante los primeros días del estado de alarma, se produjo un aumento de la demanda: la gente entró en pánico, comenzó a comprar de manera compulsiva y los productos se agotaron en los supermercados, por lo que los distribuidores (supermercados, hipermercados y otras superficies) solicitaron un aumento de la producción. Pero a partir del 27 de marzo la situación comenzó de alguna manera a “estabilizarse” y las ventas de aves, sobre todo de pollos, se estancaron, con el añadido de que los restaurantes y bares se cerraron imposibilitando la distribución de ese 25%.

En 2019 España recibió 83,7 millones de turistas extranjeros, en el 2020 esto no será posible ni de lejos. Estimando que los turistas (principalmente alemanes, franceses e ingleses) consumen una media de 300g de carne de ave por estancia, estaríamos hablando de casi 25 millones de kilos de carne de ave/año que estaban destinados al turismo. Ahora que esto es totalmente inviable, ¿qué pasará con esos millones de pollos?

Como si el futuro de estos animales, que ya estaba escrito, no hubiese sido lo suficientemente cruel antes, cuando estaban destinados al consumo humano, ahora además puede que su sacrificio no “sirva” tan siquiera para eso y que sus cadáveres sean simplemente incinerados para evitar una bajada de precios masiva en el mercado.

En definitiva, si alguien pensaba que la COVID-19 pudiese implicar, por lo menos, una bajada en el número de sacrificios, sentimos tener que dar malas noticias: incluso durante la pandemia los animales seguirán acabando en el matadero a los pocos días de vida. Y se convertirán en un “estorbo” en un sistema que valora su existencia solo en relación al beneficio económico que nos pueda generar.  

 

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