La especie humana ha practicado la caza desde la prehistoria. De hecho los datos que se conocen indican que los primeros grupos humanos se servían de la caza, junto con la pesca y la recolección, para poder subsistir. Salían a buscar alimento, iniciaban una persecución y daban caza al animal. Éste servía después para alimentar a varios miembros del grupo y durante un periodo de tiempo bastante largo. De hecho esta forma de subsistencia sigue estando presente en la actualidad en algunas poblaciones muy concretas, que viven alejadas de la sociedad moderna y que por tanto tienen acceso limitado a ciertos alimentos.
Pero ésta es la situación de una mínima parte de los considerados cazadores. El resto, en Europa y en el mundo, han convertido la caza fundamentalmente en una actividad lucrativa, en muchas ocasiones descontrolada e irregular (en el año 2013 en España se realizaron casi 1.700.000 sueltas de especies cinegéticas, y de éstas sólo 142.173 fueron realizadas por la administración), y que parece presentarse a la sociedad mayoritariamente en dos formas: la de “herramienta única” para poder gestionar las poblaciones de fauna salvaje, sobre todo de las urbanas y periurbanas, “que suponen tanto peligro e inconveniente para la sociedad”, y la de actividad lúdica, deporte y entretenimiento, en los cotos de caza, y que esconde un sector millonario.
En el año 2013 se criaron más de 1.150.000 individuos de especies cinegéticas en granjas intensivas.
La realidad es que la caza se ha convertido en una gran industria y un enorme lobby, capaz de ejercer una importante presión sobre las administraciones públicas, y capaz por tanto, de obtener grandes privilegios y concesiones.
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