En algunos municipios de España se celebran al menos una vez al año y durante varios días, fiestas temáticas tradicionales en las que recrean espacios y actividades de la Edad Media. En estas ocasiones, en los mercados se exhiben al público distintas especies de animales (generalmente domésticos como patos, gallinas o cerdos) y se organizan paseos en burro, poni o con carros tirados por caballos. A pesar de que no entre en el contexto de una feria medieval, se ha puesto de moda también exhibir aves rapaces y permitir que las personas se hagan fotos con estos animales. En algunas ferias incluso se exhiben serpientes y otros animales salvajes, aprovechando la ocasión para poder sacar un beneficio económico de ellos.
Aunque durante la feria es posible que no se observen indicios de maltrato o sufrimiento explícitos, las condiciones en las que viven estos animales son deplorables. Los traslados constantes, la vida en espacios restringidos, el trabajo al que son sometidos, la presencia continua de multitudes de personas y el constante ruido asociado les produce un gran estrés que va en detrimento de su bienestar.
Más de 60.000 animales son utilizados anualmente en fiestas populares en España.
En algunos puestos de estas ferias pueden observarse halcones, águilas, búhos y otras especies de aves salvajes atadas y con los ojos tapados. Los propietarios realizan con ellas espectáculos enfocados a mostrar las típicas técnicas de entrenamiento que se utilizan en la cetrería (una actividad de caza en la que se entrena a las aves rapaces para atrapar y retornar las presas). Además de poder observar a los animales actuando o mientras pasan la mayoría del tiempo atadas al suelo, también se invita a los paseantes a hacerse fotos con ellas.
Las aves rapaces son animales salvajes que tienen muchos problemas para adaptarse a la vida en cautividad. Tienen necesidades básicas que son evidentes por su condición de aves voladoras y carnívoras, difíciles de cubrir en condiciones de cautiverio. Sufren además debido al estrés, consecuencia de ser trasladadas de un municipio a otro de forma constante y por estar expuestas al bullicio de cientos o miles de personas durante varias horas seguidas. En las ferias, las aves están expuestas al público durante el día entero, a pesar de que la mayoría de especies sean de hábitos nocturnos, y permanecen atadas o encerradas la mayor parte del tiempo.
Su inclusión en estas celebraciones además, lleva asociado un riesgo para las personas al tratarse de animales de naturaleza salvaje y con unas características físicas que pueden provocar heridas a los seres humanos, en especial a los niños y a quienes desconocen por completo su biología, comportamiento y manejo. Las actividades de cetrería pueden ser muy peligrosas. Por otro lado, el mensaje que se ofrece al público mediante las exhibiciones es contraproducente para la conservación de estas especies, pues fomenta el expolio de nidos de rapaces y proyecta una imagen equivocada de lo que son y de cómo viven estos animales en la naturaleza.
La Sociedad Española de Ornitología, en su posicionamiento sobre el uso de aves rapaces para la práctica de la cetrería, manifiesta que deberían prohibirse las exhibiciones con aves rapaces ya que carecen de garantías veterinarias y de seguridad y provocan que el público olvide que se trata de animales salvajes que deberían vivir en su hábitat natural, llegando incluso a sentir el deseo de adquirirlas como mascotas.
Contrariamente a lo que se suele imaginar, el uso de équidos como medio de transporte o tracción dista mucho de ser una actividad ética y conlleva varias problemáticas relacionadas con el bienestar de los animales.
En las ferias medievales, caballos, ponis y asnos permanecen atados todo el día a la espera de ser montados por los clientes. Las condiciones climáticas pueden ser extremas y generalmente los propietarios no disponen de los medios ni de la infraestructura adecuada para salvaguardarlos de las intemperies. La gran cantidad de personas, el ruido constante e incluso la pirotecnia que se utiliza en estas fiestas provocan a los animales un estrés que se incrementa por el hecho de no tener la posibilidad de huir. Estos équidos son utilizados para interacciones con visitantes como ser montados (generalmente en círculos) o tener que arrastrar carros con personas encima: al estrés se suma así el cansancio de tener que llevar tal carga incluso durante varias horas sin descanso.
Los yugos que se utilizan para inmovilizar o manejar a los animales pueden producirles lesiones en la piel. El exceso de peso o de trabajo puede provocarles daños músculo-esqueléticos y deshidratación. El cambio en la rutina de alimentación y el estrés crónico, pueden llevar a la formación de cólicos muy dolorosos y que pueden acabar con la vida del animal.
Por estas y otras razones, los veterinarios expertos en équidos desaconsejan totalmente estas prácticas.
Desde un punto de vista ético además, interacciones de este tipo llevan el público a considerar normal y aceptable el hecho de dominar a su antojo a los demás seres vivos, sin tener en cuenta sus necesidades o estado físico. El respeto a los animales, a la naturaleza, e incluso a las personas, queda lejos de las enseñanzas que pueden proporcionar los paseos con poni o en burro.
A nivel estatal