Numerosas actividades turísticas promovidas por particulares o centros de cautividad ofrecen a los visitantes la posibilidad de interactuar de manera directa con los animales. Para los viajeros se hace así posible hacerse fotos con animales salvajes (monos, loros, tigres, etc.), dar el biberón a crías de grandes felinos, nadar con delfines o cocodrilos, montar en elefante o pasear con un grupo de leones. Éstas son solo algunas de las actividades más conocidas.
Las interacciones de este tipo implican graves problemas para estos animales que, al ser salvajes, no están acostumbrados ni naturalmente adaptados para el contacto con las personas –incluso aunque hayan nacido en cautividad– y pueden estresarse y resultar peligrosos. Es por esto que en la mayoría de interacciones resulta necesario sedar a los animales, encadenarlos, precintarles la boca o mutilarles (por ejemplo arrancándoles garras y dientes). Los turistas que participan en estas actividades se enfrentan también a importantes riesgos de salud ya que las especies involucradas pueden ser transmisoras de enfermedades zoonóticas (los elefantes, por ejemplo, pueden pasar la tuberculosis a las personas).
El entrenamiento al que son sometidos estos animales representa otro motivo de preocupación: conseguir que un animal salvaje actúe en contra de su voluntad y de sus instintos suele implicar métodos abusivos como la manipulación por hambre o el uso de herramientas de castigo (por ejemplo el boolhook, que es el típico bastón con gancho puntiagudo utilizado para dominar a los elefantes). Todos los elefantes utilizados en la industria turística, por poner un ejemplo conocido, han sido sometidos a un proceso de “domesticación” denominado en el continente asiático Pajaan (literalmente “romperles el alma”), que implica la separación prematura de una cría de elefante de su madre, su encierro en una rudimental jaula de madera donde apenas le resulta posible mantenerse de pie, falta de sueño, comida y agua, y golpes en las partes más sensibles de su cuerpo (ojos, cabeza, orejas) durante semanas.
Cada año, entre 50 y 100 crías de elefantes son capturadas en Birmania para la industria turística tailandesa. Por cada cría capturada, hasta 5 elefantes adultos de su familia tienen que ser abatidos.
El hecho de tener que llevar a cabo actividades antinaturales implica graves problemas también desde un punto de vista físico: en el caso de los elefantes, tener que caminar durante largas horas sobre terrenos asfaltados y no aptos para sus pies, o llevar encima de su delicada columna grandes pesos perjudica gravemente su salud y lleva la mayoría de los individuos empleados en esta industria a padecer artritis (una patología que para ellos puede llegar a ser mortal) y desviaciones de la columna.
Las condiciones de vida de estos animales representan otro importante problema, ya que, lejos de los ojos de los turistas, suelen ser mantenidos en instalaciones insuficientes, pasan largas horas encadenados, son alimentados de manera inadecuada, no tienen acceso suficiente a fuentes de agua y no pueden interactuar con otros elefantes cuando en la naturaleza, viven en grandes manadas. En definitiva, estos animales son utilizados sin que se tengan en consideración sus necesidades fisiológicas y ciclos vitales.
El uso de animales salvajes en interacciones con turistas está llevando a la desaparición de especies amenazadas: es este el caso de los loris perezosos, cazados de la naturaleza para ser utilizados en fotografías con turistas en las calles más comerciales de Tailandia, y de los mismos elefantes asiáticos cuya población ha descendido un 90% en los últimos 100 años. Según los informes de la ONG Elephant Family, cada año entre 50 y 100 crías de elefantes son capturadas en Birmania para alimentar la industria turística tailandesa. Por cada cría capturada hasta cinco elefantes adultos de su familia tienen que ser abatidos.
Otro aspecto a tener en cuenta es el destino de los animales que son utilizados en algunas de estas actividades. Los leones que se crían en las granjas de Sur África para que los turistas puedan alimentarles a biberón, hacerse fotos con ellos o con los que puedan “pasear”, cuando llegan a la edad adulta son vendidos a las empresas de caza enlatadas convirtiéndose en víctimas de esta industria. Muchos otros animales son desechados cuando ya no resultan atractivos o son demasiado peligrosos para los viajeros. Así que suelen acabar en manos de los traficantes (como en el caso de los tigres, cuyas partes tienen un gran valor en el mercado negro asiático) o son abandonados en la naturaleza tras haber sufrido importantes amputaciones y sin ninguna posibilidad de poder sobrevivir (como en el caso de los loris perezosos).
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Otras fuentes
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