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Mataderos de animales: nuevos focos de la COVID-19

Actualitat Barcelona, juny 9, 2020

Mataderos de animales: nuevos focos de la COVID-19
Esta industria se basa en la precariedad y falla a la hora de proteger la salud de sus empleados, poniendo así en peligro a muchísimas otras personas.

Mientras el mundo empieza su desescalada hacia una “nueva normalidad” todavía incierta, lo que sí está claro es que los mataderos siguen siendo, en todo el planeta, uno de los principales focos de contagio de la COVID-19.

En el último mes se han detectado brotes en al menos 180 plantas de procesamiento alimentario y cárnico de Irlanda, Australia, Alemania, Brasil, Canadá, Reino Unido, Estados Unidos y España, es decir, allí donde había macro-mataderos, que sacrifican animales de forma masiva, en sintonía con el modelo intensivo y productivista de esta industria. En EEUU cientos de estos lugares han cerrado después de que se confirmaran miles de casos. The New York Times ha publicado recientemente un recuento de más de 17.000 contagios y 66 muertes. Alemania ha detectado 90 casos en un matadero de la región de Sajonia. Es el último en una serie de rebrotes que han afectado a plantas cárnicas en varios estados. En Francia se han confirmado rebrotes del coronavirus en dos mataderos al oeste del país.

En España, más de 370 trabajadores han dado positivo en una empresa cárnica en la localidad de Binéfar (Huesca). Estos empleados, en su mayoría precarios y migrantes, no han dejado de ir a las instalaciones desde el principio de la pandemia. Así mismo, hace dos semanas Lleida renunció a pasar a la fase 2 tras casi triplicarse los contagios de coronavirus de una semana para otra. Una fiesta de cumpleaños explica 20 de esos casos, pero el resto corresponden a residencias de mayores y a tres mataderos de la provincia: estas empresas, a día de hoy, ya suman 19 casos confirmados. Y serán más, porque se ha confirmado nuevos positivos en el matadero de pollos Avidel.

Entrevistado por El País, un trabajador de un matadero de Lleida que lleva varios días confinado y sufriendo síntomas habituales de coronavirus, habla bajo condición de anonimato y sin dar datos que permitan identificarle porque, asegura que en su empresa el que se queja se va a la calle. Según su testimonio, los trabajadores siguen coincidiendo en espacios reducidos como los vestuarios en el cambio de turno o en el comedor. Según otro compañero, no ha habido seguridad y el mismo estuvo trabajando enfermo por miedo a coger la baja.

Historias como estas se cuentan en otros países como Canadá, Brasil, Australia, Irlanda o Reino Unido. La alta incidencia de la COVID-19 en mataderos e industrias cárnicas tiene mucho que ver con las condiciones laborales, generalmente precarias y con alta rotación, y con el tipo de trabajo, en cadenas donde es difícil guardar las distancias. Al reducido espacio entre trabajadores se ha sumado en ocasiones la falta de equipos de protección o la dificultad de su uso adecuado por las largas jornadas laborales. Posiblemente, las bajas temperaturas y el nivel de ruido que obliga a subir el tono de voz podrían contribuir también a facilitar la difusión del virus.

En cualquier caso y en todo el mundo, la precariedad del sector es un factor clave, porque la falta de cobertura sanitaria o la contratación irregular han llevado a que personas con síntomas hayan seguido trabajando por miedo a perder su empleo. De hecho, los rebrotes en Alemania han generado una gran polémica social y política sobre las condiciones de trabajo en los mataderos. La mayoría de los obreros son polacos, rumanos y búlgaros que cobran salarios muy bajos y viven en pequeños pisos compartidos. En respuesta al escándalo, el gobierno alemán ha prohibido el uso de contratos temporales en el sector a partir de enero de 2021. Los mataderos deberán además instalar detectores de huella digital para asegurar de que se cumplen estrictamente los horarios legales.

En definitiva, nos encontramos frente a otra problemática relacionada con la explotación animal para el consumo humano. Esta industria se basa en la precariedad, y no sólo obliga sus empleados a realizar un trabajo que cada día les somete a un contexto tan desagradable que puede dejar secuelas psicológicas y poner en riesgo su integridad (de aquí que la mayoría sean inmigrantes que no pueden acceder a otros puestos de trabajo), sino que además falla clamorosamente a la hora de proteger su salud en tiempos de crisis y, en consecuencia, pone en peligro a muchísimas otras personas.

Fuentes: El País / Público / Magnet
Foto: El País

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